Pero lo que no sabía aquella muchacha de identificable acento, era que justo al frente me tenía a mí, una rola maluca, escuchándole, escuchándole cómo después de su breve caracterización de lo que es un bogotano, seguía despotricando de mi ciudad como si le hubiera hecho algo, o qué sé yo.
Van tres semanas y aún no entiendo el por qué de la bronca que los paisas le cargan a Bogotá, ni tampoco el que me lo digan de frente, como si no me debiera importar. Pero no hay que dejarse llevar de estos detalles. Los paisas son, en su mayoría, gente muy formal, como dicen ellos.
Y acá me tienen, toda una rola maluca descubriendo su mundo paisa, mirando sus costumbres, andando por sus calles y luchando por salvar mi acento.